Caligrafía desde la felicidad.
Aprendí a escribir en la aventura constante del amor, levantándome temprano para cumplir mis deberes, sin quejumbres, solazándome en las cosas simples que te enseñan desde la sabiduría.
Cargué mis morrales de aromas y abrazos. Supe de las infusiones de abuelas, del azúcar sobre el brasero. Desentrañé el lenguaje juguetón de la lluvia sobre mis patios. Amé los veranos petorquinos, en la fugaz fantasía del río bordeado de chilcas. Aprendí del natre y las amapolas, los nardos me encandilaron con sus adolescencias.
Subir al peral fue mi refugio de infancia, mi aula crepuscular, desde donde me deslizaba al plan del puerto, imaginándome navegante de riberas musicales, espadachín en caribes de piratas. Aprendí a balbucear poesía sobre los mapas, precursor de romances marineros, descubridor de archipiélagos. Me hice de adoquines aprendidos de memoria, lancé el trompo como nadie, jugué a la troya, conocí la pelota de trapo y seguí los radioteatros.
Y a poco andar, al asomarme a las llanuras de la vida, te encontré, niña, ardiente y vibrante flor, llena de ideas, dispuesta a compartir locuras y a reinventar la risa. Nos fuimos combinando con sabores rupturistas, con la desfachatez de conquistadores que pateaban la institucionalidad.
Desde nuestros cerros valpinos, fuimos abriendo nuestra ruta hacia el horizonte, tomados de la mano, odiándonos con pasión. Irreverentes vitrineamos funerarias, burlándonos del tirano y la muerte, blindados en osadía, necesitándonos como remanso y pólvora.
La vida ha sido la vertiente que bebo cada despertar porque tú estás allí, a mi lado, como esencia de la risa más genuina, con tu oferta de auroras de esperanza, permanente proyecto encendido como un lirio en los desayunos de la tierra olorosa.
Pero, a veces, como ahora, siento que es bueno sentirte lejos, ensayar algunos celos, desearte en mis sueños. Intento ponerme melancólico, pero no puedo, no calza con nosotros, porque gana tu sonrisa, se imponen nuestras complicidades.
Doy gracias a Dios por el tiempo que nos ha regalado, por la fuerza profunda que apuntaló la barca en momentos de tormenta, por la inventiva que brotó en madrugadas entrelazadas y brindo esta noche, con todas las estrellas del Pacífico por compañía, por ti, por nuestro nido expandido hacia el planeta, por las andanzas que hemos levantado como bandera y por esos tres hijos que nos llenan de orgullo y con quienes aprendí a compartirte resignado.
Atacama, 25 de febrero de 2009.