Liceana
Cruce la calle porque divisé que te acercabas con tu uniforme, tus lentes, las manos repletas de cuadernos y libros. Sabía tu recorrido y tus horarios. Pensé que te acechaba como un felino en celo. La excusa perfecta, me dije, para acompañarte a casa y desplegar por unas cuatro cuadras toda mi batería de argumentos. Tus labios saludaron y brillaron tus ojos tras las gafas de liceana seria. Al final, mis redes se quedaron arrugadas a la orilla del crepúsculo, porque tú, con tus manos libres, simplemente te colgaste de mi brazo y bajo el siguiente árbol, en el mirador, con todo el puerto de testigo, me robaste un beso con una osadía sorprendente y quedé mudo y sonrojado sin poder devolverte el gesto, como las circunstancias lo exigían. Tu juego adolescente rompía mis esquemas y la pasión se instalaba en mis orejas rojas como una gran promesa. Después supe que con ese beso maldito querías provocar los celos del que te había dejado. El juego recién partía y la vida me dio revanchas. En las cosas del amor, todo vale.
San Valentín, febrero 2011.