Cuando la soledad cala tus huesos, te sumerges en la multitud
para vivir el espejismo de un amor virtual y te consumes de pena, sonriendo.
Las ansiedades se multiplican en las dunas grises de tu
soledad.
No alcanza la noche para incubar un príncipe azul y por eso te quedas
embalsamada como estatua de sal, anclada a un dolor tan lejano que ni siquiera alcanzas a reconstruirlo, simplemente cargas con él y tanto es el peso que tu
andar languidece en una pena infinita, sin sentido.
En la intima soledad que te
desvela, crees descubrir la punta de la madeja para desentrañar tus dolores,
pero llega la aurora, estás muriendo.