El lenguaje en entropía
La foto que comparto es de mis pequeños compañeros de escritorio, que me observan curiosos, sobre todo cuando escuchan mis interjecciones procaces al enfrentar indignado, cada vez con mayor frecuencia, los estertores de una ortografía mancillada, que se lastima ante una vulgaridad normalizada, que parece guiada por musas analfabetas a los acantilados del corrector automático, pisoteando el lenguaje sin pudor, en una distopía que se parece mucho a la mutilación que sufren los glaciares por la crisis climática.
Entonces, pese a la denodada defensa que intentamos los escasos Quijotes de la palabra, que nos atrevemos a expresar descontento por las aberraciones idiomáticas circulantes, la voz metálica de una IA alimentada por algoritmos idiotizantes, va sembrando de errores y horrores los conventillos virtuales, hasta el grado tal que la propia RAE ha declinado, ante el mal uso que prolifera y se instala, su rol de custodio formal de lenguaje.
En esta vorágine de palabrería y con absoluto irrespeto a la bella lengua heredada, parecen surgir las mismas turbas que incendiaron la Biblioteca de Alejandría o destruyeron las civilizaciones de nuestros pueblos ancestrales, para avasallar en una involución tenebrosa, al discernimiento y la crítica, procurando instaurar pura y simplemente una estupidez extendida, despojándonos a los trabajadores de la cultura de las espátulas de lo creativo, llevándonos a la calidad de marginales y de molestas pulgas en el oído del poder en las urbes.
Vilipendiados por dogmáticos, discriminadores, excluyentes y fundamentalistas, somos personas non gratas para el sistema dominante, contrarios a la voz metálica de la IA que va estructurando las mentes colectivas, demoliendo la riqueza prístina de la palabra creativa.
En mi reducto como escritor, mis dos amigos me prestan un cable a tierra para soportar tanto desquicio.