Poesía en mínimos trazos
Para qué malgastar las horas, si puedo regalarte estos minúsculos ramilletes de pensamientos. Ya podré dormitar acurrucado a tu pecho, palpitando al unísono nuestras auroras. Por ahora, prefiero dedicarme a esa labor diminuta, como cuando te escribía en los tacos calendarios, en una gigantesca máquina de escribir planillera, ajustando mi enarbolado amor, mi pasión loca por tu piel en capullo, a ese minúsculo trozo de papel.
Igual como, a los tiempos, en los diez minutos de un microbús que subía hasta la cima de nuestro puerto, iba dejando mis gotas de poesía, incubando este cable a tierra que me sustenta frente a cualquier obstáculo o amenaza.
Esas frases diminutas, apiladas en hojas amarillas, que fueron compaginando mi amor remozado, rebelde, porfiado, combativo amor, blindando tus dolores, amortiguando las penas, creciendo desde la inmensidad de las angustias para convertirse en vertiente que saciaba la sed en el momento justo, como si las plegarias escuchadas nos acompasaran en un nuevo preludio del amor, ascendiendo con sudores, con la constancia de nuestros sueños, brincando por los momentos difíciles, hasta dejarlos atrás, sepultados. Hasta llegar rasmillados y amantes hasta la cumbre, con las rodillas espinadas, pero con el fuelle increible que nos permitía plantar las banderillas del triunfo cotidiano en nuestro territorio acorazado.
Estas horas que resto al sueño las dedico a comentar nuestro amor, para destacar la flor que venció la roca y ascendió desde la muerte para tomar un segundo aliento. Disculpe Dios la soberbia de esta lectura retroactiva. Perdona tú que me instale esta noche en nuestra cápsula maravillosa a disfrutar el descanso. Ha sido un refugio necesario. Me siento poderoso de tu mano y camino incesante hasta la cima de nuestro amor; potente y autárquico amor que me llena de fuegos, de vinos dulces que aspiro a beber por siempre en la copa de tus ojos insolentes.
Atacama, 4 de febrero de 2008.
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