Cuando te despiertas en un oasis y fluye la risa, quisieras perpetuar ese instante en la encrucijada de una enredadera sin espinas
Es el suspiro que trepa a borbotones y libera toda la noche enquistada de fantasmas. El baile se viene y el corazón se agita, en un balero se concentra el triunfo infantil y eterno de la risa. Se limpian las hélices de un avión de papel y quedas inmóvil, repasando la vida en un instante de genuina alegría fugaz.
Descubro la fábula de la era final, un canto a la tierra fecunda, expulsando sus parásitos hacia los infiernos. Y me río blindado en mi escudo azul, pedido prestado a un arcángel amigo.
Me río de mi mismo, de mis tozudeces a voz firme, dudando por dentro de todas las promesas esgrimidas en el deseo.
Me divierte verme en los deja vu y esas pesadillas que apretaron mis arterias, esos pensamientos de lujuria que vivían en los transeúntes cuerpos de playas olvidadas. Me río de las adivinanzas que jugué con los espíritus del desierto, las parinas rosadas como florecillas emigrantes de los salares inalcanzables.
Toda la desazón se viene en el primer paneo de una cámara del noticiero nocturno, mientras la vida despliega sus secretos de alcoba por el tedio de comentaristas rentados.
En esta mudanza, trasgrediendo los límites terrenales, van quedando arrugados los panfletos sabiondos y falaces, los croqueos inventando orgías de auroras boreales, con caleuches iluminando los rincones verde pasionales de los archipiélagos añorados.
Llevo menos, poco sirve, las memorias se decoloran y mi risa borra mis absurdas verdades, apiladas y obsoletas.
Por un vino añejado en garrafas mimbreadas, me voy deslizando hacia el hielo, con mi fuego interior en resistencia, sintiendo ecos de aquella carcajada que había castrado la torpe.compostura medieval. Liberado de armaduras me baño desnudo en Montecarlo y yago sin vergüenza ni culpa con las deseadas mujeres de mi prójimo.
Exaspero lleno de colores, el hombre gris de Parravicini no conversa con mis distopias, me rebelo a proféticos clichés y me voy a carcajadas hasta la orilla del mar, a gritar improperios a todo pulmón, desafiando el horizonte tornasol, sabedor que en algún punto del cielo habrá quien escuche mi irreverente rito.
Miserable y redimido, asumo los errores de mis decisiones y simplemente me aferro al arrebato, oportunista, degustando en la caleta una sopa marinera con un tecito frío.