El Oficio de Escritor en el siglo XXI
Una de las tribus urbanas tradicionales es la de los escritores. Una fauna abundante, veleidosa y especial, con poco espíritu gregario y muchos prejuicios. Grupos sectarios estructurados en función de egos antes que por la calidad o categoría de sus trabajos. Muchos de ellos, en busca de protagonismo pierden el norte, circulan en torno al poder, preocupados de los ágapes y la figuración, antes que de la lectura rigurosa o la crítica constructiva.
Es un ambiente el literario que cae fácilmente en el snobismo, en la retroalimentación obsesiva de los dimes y diretes. Un ambiente donde no existe crítica genuina, donde se lee poco y donde algunos profesores de castellano intentan construir su espacio a través de talleres o publicaciones, para marcar pautas en literatura, como una oportunidad de negocio, sin tener un gran bagaje como autores.
Los grupos literarios surgen normalmente con estilos sectarios, amurallando sus espacios de influencia al mejor estilo feudal. La competencia en el medio es salvaje. Primero porque el mercado de lectores es reducido. Segundo porque se generan espacios sociales elitistas que no se conectan con la vida real, donde estarían los potenciales destinatarios de las obras.
El resultado es que los escritores intercambian textos en un trueque gentil pero improductivo en términos de difusión de las obras. Aparece un ámbito subterráneo de escritores que no tiene comunicación con el mundo editorial.
Sólo los concursos internacionales pueden ayudar al oficio, pero la gestación de proyectos editoriales se queda por lo general en el nivel de impresos auto editados, que no llegan ni siquiera a las bibliotecas y menos a las librerías.
Los mitos urbanos
En este mundo literario, hay muchas personas que en términos productivos como escritores demuestran una vagancia y pereza enormes, funcionando en una mal denominada bohemia. El ocio no es creativo sino incubador de vicios. En bares de mala muerte suelen circular cuartillas de impresión artesanal que no alcanzan para ser consideradas libros. Se ha fijado en la retina de la sociedad la percepción de escritores románticos, envueltos en humo y declamando metáforas tras una jarra de vino. Estos prototipos se han enquistado socialmente y deforman la realidad, pues la verdad es que quienes logran un relativo o gran éxito en las letras, no frecuentan para nada ese mundo subterráneo de las ciudades y escriben en lugares donde la conectividad funcione con aire limpio, Wi Fi y banda ancha.
Sin embargo, casi como una nostalgia porfiada, se mantienen esas ideas de bohemia, alcohol y fracasos emocionales, como el halo necesario para escribir bien y creativamente. El tema es que los grupos que hacen de lo literario una actividad social, se quedan muchas veces con esos preconceptos de lo que es ser escritor y suelen excluir de sus círculos, por pequeños burgueses, a quienes, junto con escribir, detentan otras profesiones u oficios y trabajan para vivir como el normal de la gente.
Otro prejuicio es pensar que los escritores, para crear deben tener vidas tortuosas o disipadas. En la primera mitad del siglo XX se dieron condiciones para que poetas jóvenes encontraran el padrinazgo de mecenas, de damas de la aristocracia liberal o de los partidos políticos que los ubicaban en algún cargo diplomático. A Rubén Darío, célebre poeta nicaragüense, el hijo del Presidente Balmaceda, en 1886 le consiguió un puesto en la Aduana de Valparaíso, donde Félix Rubén García Sarmiento trabajó en un almacén frente al Pacífico escribiendo su libro Azul. Neruda, por su parte, logró incrementar su conocimiento del mundo a través de sus romances y de la política.Pablo Neruda se las jugó por sus ideas y la epopeya del Winnipeg es la etapa que más admiro de su biografía.
Pero, ahora, ser escritor requiere de otras competencias. Escribir es una actividad solitaria, introspectiva, alejada de los oropeles y para nada bohemia, parrandera o relajada. Es cierto que connotados escritores y artistas tuvieron vidas tortuosas, con pasiones que llevaron a algunos al suicidio. Violeta Parra es una de esas artistas que sufrió su trágica depresión por un fracaso afectivo.
Hoy, sin embargo, la producción literaria es más bien de personas que alcanzan una positiva inteligencia emocional y la aplican en el oficio con mucho trabajo y dedicación. Ya no espera el poeta o la poeta encontrar un mecenas, una beca generosa o una aristócrata que lo financie a cambio de pasión y versos exultantes de amor. Hoy, a lo sumo, si no desconfía de lo institucional, el escritor puede postular un proyecto a esos fondos concursables que se han generado para el mundo artístico y cultural.
Es que el vil dinero ha cruzado todos los espacios sociales, incluso el de las letras. Se requiere mucho trabajo para poder ser prolífico como creador, a lo cual se debe añadir una capacidad de marketing para acceder a las casas editoriales para una publicación con todas las de la ley.
Por lo tanto, escribir desde tragedias pasionales corresponde al siglo pasado. Un poco como el periodismo, que procura actualmente escribir desde los espacios locales, lo cotidiano, las auroras que levantan a las personas para cumplir con sus trabajos, pasan a ser hoy inspiración para nuevas cosmovisiones, nuevas incertidumbres de los individuos, en el fondo, una tragedia extendida en las tensiones de las grandes urbes y que es necesario capturar para las futuras novelas y relatos.
¿Escritores comprometidos o simples observadores?
La emotividad de la soledad urbana es el sino tragedioso del siglo XXI y parece ser el acicate principal de los poetas observadores, que desmenuzan los bemoles de las historias, pero flotando lejanos, sin comprometerse con las situaciones observadas. En esto hay una diferencia con las formas de vivir las letras del siglo pasado. De sólo mencionarlo, descubro mi propio sesgo totalitario, ya que no concibo que un escritor no se involucre con su tiempo, que no se comprometa con su ideario, que no sea libertario. No podría aceptar que, abandonando sus valores, sea funcional a discursos oficiales. Porque así nos formamos en el siglo XX, con una ligazón real con el mundo del trabajo, enarbolando la libertad como una gran bandera. Héroes como Víctor Jara iluminan una senda de compromiso consecuente hasta el martirio.
Cuando miro este aspecto, compruebo que los escritores actuales suelen conformarse con la estética, incluso con el juego de fantasías y dimensiones, sin alcanzar la ética, sin denostar contra sus propios molinos de viento defendiendo los credos, sin apasionarse en la pluma como en una tribuna determinante del destino. Ahora, debo admitir, deponiendo mi frenesí, que hay que aceptar formas y estilos diferentes, que fluyen por las distintas sensaciones del artista, que integran en cuestión de gustos este hedonismo moderno tan neoliberal, que se centra en el individuo antes que la sociedad. Y en esa evolución, con mayor razón defiendo mi espacio personal, para sostener esa regla de oro que me marcó en la adolescencia, cuando escribir era una extensión de una actitud de vida y el compromiso con los principios era anterior y superior a la estética. Por eso esta distancia y diferenciación que hago de los espacios superficiales, de esa falsa bohemia que linda con la farándula y el juego mediático.
Atrapados quizás por esa farándula y por esa ambición personal de reconocimiento, para escalar en este medio tan especial de la literatura, hubo quienes se masturbaron en público. Hoy hasta desnudarse en público es un lugar común. Prefiero seguir a Sabella que inventó el hacer llover poesía desde los edificios. Yo lo hago a mi manera, usando la Internet, difundiendo en la red mis poemas y crónicas, usando, al estilo de esta nueva era, los blogs y los Ipod. No interesa el instrumento, pero sí la esencia de la palabra, tal como lo marcara Don Andrés.
Conozco a muchas personas, escritores y escritoras, que hacen del trabajo de escribir una actividad social y lo respeto, pero no creo que eso ayude a la creación, ya que ella es siempre una actividad personal, íntima, silenciosa. Muchas personas en sus círculos suelen generar un mundo de burbuja que los desarraiga de la realidad, donde los miembros se auto convocan sin lograr difundir al público sus trabajos.
Construir redes y círculos de lectores
Concluyo reiterando mi transversalidad respecto a las diversas asociaciones. Trato de compartir en los eventos literarios en la medida de mi tiempo y sin exclusión. Por eso he organizado ocasionalmente simpáticas tertulias literarias en la Comarca de los Poetas, en mi ciudad de Valparaíso, compartiendo con escritores de diversas pertenencias y de diversos fustes y estilos en sus trabajos. Mi idea es promover círculos de lectores más que círculos de escritores. Es lo que necesitamos, gente que guste de la literatura, que lea, comente y pida más.
No me interesa hacer del oficio de escritor una mera cuestión social. Creo que hay espacios de cooperación para todos los que lleven este oficio en las venas, y es poder difundir el gusto por la lectura en el público, sobre todo niños y jóvenes; apoyando las bibliotecas populares, aprendiendo de las ediciones en la Web, incursionando en los e-book.
La necesidad de acceder a la industria editorial exige un trabajo concienzudo y eso obliga a colocar las energías de todos y todas en el trabajo más que en las convivencias. En la relación con las autoridades comunales, regionales o nacionales, no admito que el poder utilice a los creadores como comparsa, como los bufones del reino. Exijo que a los escritores se nos respete y que tengamos acceso a espacios dignos para presentar nuestros trabajos, sin censuras de ningún tipo, con exigencias sí de calidad, con amplitud de ideas y visiones, respetando el idioma en su belleza y en su estructura formal.
En general y termino con esto, no suelo participar de las reuniones de escritores cuando se convierten en conventillos ilustrados. Me irrita que se hable mal de las personas. Está bien comentar una obra, eso es constructivo, pero no hay que entrar en el ámbito personal. Como decía Sócrates si me vienes a hablar mal de alguien que conozco, te hago tres preguntas: ¿estás seguro que es verdad lo que me vas a decir?¿Me ayuda en algo saber lo que me quieres decir? ¿Podría yo hacer algo para cambiar los hechos que me quieres contar? Si no contestas afirmativamente estas tres preguntas, mejor no me cuentes nada.
Dejo estas ideas para un sano debate con mis colegas.
11 de diciembre de 2006
1 comment:
Estoy muy de acuerdo contigo, en cuanto al ámbito literario actual, más que catalogarlo como feudal, yo lo clasificaría de capitalista; por lo que hasta ahora he podido leer.
Limitarse en los estilos, me hace diferir de tu opinión al respecto. En la gama de estilos se encuentra la maravilla de las palabras, es esto lo que las hace formar parte de las artes. Seguir un estilo social, me parece aterrador y alienante. Que halla escritores que se dediquen a ese estilo me parece magnífico. Pero no podemos olvidar que los sentimientos son infinitos de acuerdo a quien los posea; ellos son un mundo maravilloso; y más maravilloso sería que existieran estilos únicos, es decir, que ninguna obra, poesía, se pareceria a otra creada por otro escritor o poeta. La esencia del Universo se encuentra en lo auténtico. Así todos tenemos un espacio: acabando con el minúsculo circulo que se ha querido crear el mundo literario y desnudar nuestra íntimida como creadores.
Muy respetuosamente,
Karen García.
Una nueva escritora.
Venezuela, Edo. Zulia.
Post a Comment