Cuando la araucaria de la maceta ascienda al horizonte puede ser que nos reencontremos sirviendo yo de abono a sus raíces y ella ofreciéndome un balcón hacia el futuro. En el círculo de la energía blanca, sus hoy pequeñas hojas aserradas absorben mis pensamientos. implantadas con un verdor transparente desde el útero de la tierra bendita, el frescor de la vida pulsa el aire y ellas serán mis ojos multiplicados para reconocer algún día el infinito.
Desde la semilla sembrada por mi hijo, ha subido lenta, silenciosa, cuidada cada atardecer por la dulzura profunda de la mujer que amo. En las auroras, en esa rutina generosa que atesoro y que agradezco al Padre, saludo a la araucaria desde mi terraza de viento y sé que ella va percibiendo mi admiración por sentirla fuerte, prometedora en medio de mi jardín, donde le converso mis hilarantes esperas terrenales.
Cuando ella se proyecte yo no estaré, pero le pediré que me invite a caminar de nuevo por los siglos que ella abrazará en plenitud, para tomar palco en su copa y explorar de nuevo la ciudad cambiada, los autos voladores, las rondas de niños compartiendo con vecinos estelares, las mujeres paseando sus mascotas celestes que ya no defecarán las calles. Desde la cúspide fuerte de la araucaria del próximo siglo presenciaré los amaneceres alegres de mis tataranietos, y ubicaré alguna gesta libertaria nueva a la cual consagrarme reciclado, como perenne opositor.
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