Un cuento con chilenismos.
Se reía en la fila
Aprendió que a esas
reuniones de padres y apoderados había que llegar de los primeros y partir
último, así se evitaba ser motivo de pelambres. Pero esta tarde llegó atrasado
y fue porque, en el bus proveniente de Santiago, se encontró con un pinche
antiguo y, en la hora y media de viaje, comenzó a desenroscar la víbora,
soportando sus cabezas de pescado y esos aires de sígueme negro que traigo
premio con que lo vino toreando apenas se ganó a su lado, provocándolo con esos
atracones cuando pasaban por los túneles. Sabía que la pasión por ella duraría
menos que un pedo en un canasto y que ella tenía cuerpo de pecado y cara de
arrepentimiento, pero, tanto fue el cántaro al agua, que de pronto sintió que
se le hacían agua los helados y se dijo este huevito quiere sal. A falta de
pan, buenas son las tortas y peor es mascar lauchas, pensó sacando las
manos. Iban en un asiento de atrás y de
pronto a la mina se le cayó la mano sobre el paquete. No soy de fierro pensó y
se preparó para la gran mentira, la pura puntita.
En eso incursionaba
cuando del asiento de adelante se levantó un viejo con un terno tan gastado que
si le tiraban un gato se resbalaba, diciéndole en voz alta dejen de atracar, no
sean tan caluguientos. ¿Y a vos quien te metió fichas?, le contestó al
entrometido. Más caliente que una novia, pensó voy a ponerle las peras a
cuatro, y repitió ¿y a vos quién te dio velas en este entierro?
En ese preciso momento,
hablar de entierro era irónico. El viejo llamó al auxiliar y empezó a armarse
la tole tole. Mejor que se disculpe con la señorita, encaró al vejete soplón.
Si no lo hace no se va a alcanzar la oreja. Ha ofendido a una dama le decía,
mientras ella ponía cara de “y si se sale”. Fue entonces que el viejo sacó su
placa de tira y les dijo a ambos: me van a acompañar al cuartel, por calientes.
Ahí ella empezó a hacer pucheros, peso que canta, chaucha que llora, pensó.
Mientras el rímel corría por sus ojos y sus arrugas, se pegaba la cachá de que
había pisado el palito. Más cagado que palo de gallinero, la mandíbula le
empezó a tiritar. Ella iba fruncida, no le cabía una lenteja de perfil, él iba
cortando clavos con el culo.
Mientras el bus entraba
al rodoviario, el viejo tira les dijo “par de huevones, no respetaron el
distanciamiento social, calientes de mierda, pónganse la mascarilla y vayan a
gritar Viva Chile a un motel, como la gente decente”.
Cada uno partió por su lado, sin moraleja, con un beso apurado, ambos con el quino acumulado. Él entró a la reunión de padres y apoderados de su hijo con la mascarilla manchada con rouge. ¿Se le quemará el arroz” escribió en un papelito uno de los apoderados y empezó a correr “saliendo del closet parece”, “capaz que le gusten las patitas de chancho”… eso por llegar tarde.
Caballero de la Rosa, Dieciocho 2020.
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