Compañeros de curso Colegio Rubén Castro 1966.
¿Cómo llamar a esta amistad de 40 años, si apenas nos reconocemos a lo lejos con el pelo cano, suave el paso?
¿Cómo resumir nuestra unión, pegada al libro de clases de los sesenta, si de pronto temblamos conmovidos cuando despedimos al mejor futbolista del equipo?
Siempre fuimos condiscípulos. No se hicieron amigos nuestros hijos, nunca quisimos ir más allá de lo mismo, el colegio. Sin embargo, el recuerdo nos fortalece porque lleva a la paz con lianas de espiritualidad.
Vernos nos alegra, porque volvemos a ser niños y vuelven a florecer como juncos en desiertos, los sueños de conquistar un mundo nuevo.
Bajamos a beber en la fuente de la infancia y por eso nos necesitamos. Porque somos una etérea postal que mantiene el frescor de virtudes suspendidas y como sedientos dispersos nos convocamos a jugar de nuevo en nostalgias repetidas, en el patio virtual de nuestras emociones.
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