Laten mis sienes un deseo febril.
La tarde es chismosa, saludan las vecinas,
escapa un piano por las quebradas.
Cierro los ventanales y llego
a la síntesis máxima
de mi pasado y mi nunca.
Cabe arrepentirse,
probar un trozo de pan batido y suspirar
por el tango transgredido de limosnas,
estacionado en la esquina de una plaza.
Malquerido y pobre tango aterido,
bailado por dos flacos espíritus
que disimulan su hambre
en el agosto temido.
Pedir disculpas
al soberano tango desvencijado
que susurra apenas
en el chicharreo de un antiguo equipo.
Pero,
una mujer distrajo mi camino,
busqué entre sus rizos la respuesta a mi penar
y, parpadeando un cambio de luces,
me estacioné entre sus senos
para descansar urbano y egoista,
de tanta nostalgia al pedo.
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