No
escarmentaba la torpe doncella, mojada y revuelta de arenas, se quedaba en la
orilla como una cometa. Pero luego, insistía, jugando graciosa, al mar se
volvía, a sacar la arena de su pelo negro y sus orejas pequeñas, Y de nuevo las
olas hacían de ella una tromba risueña, gracilarias y luches revolcados de
espuma, se quedaban con ella.
Al mar no
temía, aunque ella era niña de sierras, que del mar no entendía gran cosa,
mantenía entre sueños de almíbar y acuarelas celestes o rosas, sus castillos de
arena encantada, jugando entre caracolas del monte a ser una dulce sirena, de
voz entonada y ligera.
Una tarde
siniestra, se cuenta, retozaba en la
arena soñando, cuando vino una ola gigante que no supo de juegos ni anhelos, la
envolvió para siempre en su ira, la llevó mar arriba, hasta el cielo, la dejó
constelada en silencio.
Por las
tardes de verano en Caldera, a las playas desciende la niña, la veréis
correteando muy pálida, entre espumas rosadas o lilas, como un alma en pena y
pequeña. Cuando cae la noche desértica, ella renace en caracolas y luna, su canto seduce en las
playas a mendicantes poetas en pena y, con un himno de ingenua sirena, les
sacude y calma cadenas. Mas, si ellos se duermen con ella, se los lleva en
espumas de estrellas, los encumbra en las olas doncellas y se pierden por
siempre sus versos en el anaranjado horizonte de Caldera.
Comarca de los Poetas, Chañaral, 1 de mayo de 2011
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