Un cerro tranquilo recuesta
su otoño de ascensores
en la plomiza gramilla del Pacífico
Dentro de este cerro arrebolado
de ropas multicolores que danzan
entre silbidos de polvo,
casi al llegar a su frente
donde ondea la niebla en pensamientos,
se descubre un cántico suave
con aroma a leche hirviendo,
empapando el barrio
de un cosquilleo de rumores
Es un canto susurrado apenas,
desde la boca joven, prometida,
se prolonga como seda
volando hasta el marco
de la acuarela íntima,
la sensual pintura
de las madrugadas tersas
En este momento yace el cerro
cansado de inviernos
Muda en su cima
la casa rosada no ríe ni sueña
Envuelta en esperas
la mujer suspira,
acunando al hijo
y un vacío espina.
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Buenos Aires, Julio 1974.
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