Saturday, July 08, 2006

Mi pequeño enviado de Dios

Nuestros corazones
confidenciaron sus secretos
esos sentimientos de hierro
que venían desde las catedrales del siglo,

Desde que te alcé al asomarte
del útero, cual nardo,
desde que te llevaba en tu arnés,
cuando viajábamos riendo en bicicleta,
descendiendo acelerados
por nuestro barrio de adoquines,

Cuando el telúrico remezón
empalidecía las mejillas del mundo
y me daba contigo pegado a mi pecho
esa voltereta jamás repetida.

Ahora soy yo el que me cuelgo
del arnés de tu sonrisa,
de las lianas de tu fe,
y vuelo contigo
en una nueva oración
con viril compromiso,
con creciente emoción.

Y al cabo me río
de tus distracciones jocosas,
me encanto con tus sueños
y tu descubrimiento genealógico
de un santo lejano
en las Puertas de Narbonne

Lo que explica, quizás,
tu aura bondadosa

y me ayuda a comprender
porqué,
intuitivamente,
tu madre y yo,

te llamamos
Pablo Gabriel,

pequeño enviado de Dios.

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