Acodado en la caleta contemplaba los juegos de los lobos
marinos, sus crías y esos sempiternos pelícanos, parásitos juguetones de la
pesca artesanal, convocando a turistas que aparecen escondidos tras sus cámaras
fotográficas o celulares.
Eres, mar, mi
vecino y compañero cotidiano, a partir de ti surge el desierto con su idioma
distinto, pero a tu lado hay un esperanto de algas canturreando siempre. En
cada paseo por tu orilla, busco mojar mis pies y mi alma, para regocijo y
nostalgia, sin temerte, aunque me mantenga preparado para trepar los cerros al
trote si te veo desordenado o engrifado como león enjaulado.
Sin embargo, amigo mar, me descubro rompiendo tus oleajes en
la playa de Flamenco o recorriendo tus rocas resbalosas por Portofino, tomando
un tazón de té en Villa Alegre y manteniendo la misma curiosidad con que te
recorría en la costanera de espumas en mi infancia.
Soy apenas una sutil garúa
frente a tu inmensidad y te escudriño con mi imaginación para llegar a los
mundos submarinos donde delfines y sirenas mantienen la paz, alejados del
desquicio ruin de esta humanidad decadente. Pero, no vine a quejarme, sino a
maravillarme como cada día por tus mareas, los buques que te cruzan y los
pájaros migrantes que te recorren guiados por las estrellas.